Mis pinturas son espacios íntimos, actúan como espacios de recogimiento meditativo, son paisajes de atmosfera anímica, donde tienen lugar la interacción y la conjunción de fuerzas contrarias que se complementan entre ellas, energías elementales que son la base del movimiento vital del ser mental, orgánico y espiritual. Imágenes que no sólo son la condensación de una serie de experiencias, sino que son y fueron una representación que actuó como un soporte anímico o como una imagen-guía. Imágenes que constituyeron todo un proceso de búsqueda y visión internas que abarcaron un extenso trayecto vital, que durante años motivaron mi inquietud y mi necesidad respecto a la creación, el cual manifestaba el deseo de expresar momentos de actividad anímica. Imágenes que se vinculaban con la representación de una concepción simbólica de mí mismo y que se originaron a partir de un acto de interiorización. Proceso en el cual me adentré paras tomar conciencia de mí mismo y de mi relación con el mundo exterior. La energía psíquica replegada hacia el interior produjo imágenes con un marcado carácter simbólico. Visiones que respondían todas sencillamente a una necesidad y a un acto vital. Vital en tanto actividad liberadora de la mente. Fueron la plasmación de imágenes cargadas de energía anímica. Imágenes proteicas. Imágenes que se establecieron dentro de unos sentimientos de trascendencia vital y personal. El propósito inicial que se me presentó, el cual establecí como una manera expresiva de creación, fue la descarga del contenido de mi inconsciente, el material del cual poco a poco iba cobrando fuerza visible en la medida que dejaba que brotara libremente y me permitía, a través de las imágenes que iban tomando forma, poder contactar con éste. Por esta razón fue preciso que me adentrara a explorar los suburbios de mi propia psique. Fondear las concavidades de mi mente. Profundizando así hacia la vivencia emocional de la cual llegué a extraer la visión de un símbolo, un símbolo real, el cual declaró una realidad sustancial que no sólo era una simple representación, sino que actuaba, y así lo adopté, como un apoyo anímico, de contemplación, de meditación. Aquel símbolo era la luz. La luz que surge de la propia oscuridad. Una luz que opera desde el aparato orgánico de la consciencia. Es la luz de la conciencia. La conciencia representada como un símbolo de luz. Luz que revela, que desvela, que guía, se ensancha y destruye la oscuridad: la ignorancia. Luz simbolizada, por tanto, como un símbolo de conocimiento; conocimiento ético y moral en consonancia con la armonía del cosmos. Pero aquella autoinmersión no pretendía revelarme cuánta oscuridad había contenida, sino cuánta luz podía extraer. Porque contra quienes optan por posicionarse a favor de la oscuridad, de su oscuridad, porque hay quienes toman partido por su oscuridad, está, aun así, en todos, la posibilidad de conducirse a través de la luminosidad, que es la consciencia: razón, vida, alma. Ahora ya hace muchos años que esta experiencia tuvo su momento, como todo, y, como todo, concluyó. Sería inútil por mi parte que ahora quisiera forzar o provocar nada, porque sería un acto falso, artificial, equivocado. No podría tener más continuidad que la mera repetición de lo mismo. La reelaboración reflexiva, analítica, sincera, debe llevar a otras vías distintas de creación, de representación.

 

 

 


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